viernes, 10 de septiembre de 2010

Lo que sé de mi y siempre me lo negaré

A veces pienso que mi vida está hecha unos zorros. Otras veces no lo pienso, lo sé.

Últimamente cocino el dolor por la pérdida de quien me dio la vida, utilizando la crisis de los cuarenta como guarnición, lo aliño con un síndrome postvacacional y lo condimento con una abstenia primaveral que llega con varios meses de retraso. Todo ello me produce ese dolor físico en la boca del estómago que uno no sabe bien si es pena o gastroenteritis. Lo que sí sé es que no se alivia ni con lágrimas ni con un tremendo muñequito de barro.

Y, aunque siempre negaré haber escrito esto, sé otras muchas cosas.

Sé que mi existencia está llena de carencias, de vacíos que ignoro cómo llenar o que – simplemente- me faltan cojones para hacerlo.

Sé que la generosidad que no escatimo con los extraños no indemniza la mezquindad que me sobra con quienes me quieren.

Sé que soy el primero en saltar del tren para salvarme sin ningún rasguño aunque lo haga descarrilar y me subo al siguiente sin importarme el destino, porque intuyo que nunca llegaré.

Sé que soy un poquito insociable y que detesto la soledad que, a pesar de todo, no dejo de perseguir.

Sé que tengo una sombra negra. O que una sombra negra me tiene a mí.

Sé que quien escribió el libro de mi porvenir es un hijodeputa que fotocopió la misma página cientos de veces.

Sé que la inspiración que me asalta en los principios, siempre se convierte en exasperación en los finales.

Sé que la decisión que me sobra para lanzarme al vacío, me falta para aprender a vivir sin conflictos.

Sé que tengo buen corazón, aunque es de cartón-piedra.

Y también sé que necesito relajarme en cuerpo y mente, y sobre todo, aliviar mi espíritu. Pero ignoro cómo hacerlo o –simplemente-, me faltan cojones para ello.