Acabo de leer una explicación de la teoría de la relatividad. Más concretamente, de la "paradoja de los gemelos o de Langevin" . El comentario comenzaba con la típica pregunta “si mi hermano gemelo viaja a la velocidad de la luz a una estrella, cuando vuelva ¿será más viejo que yo?".
Una cosa está clara, si mi hermano gemelo viaja a la velocidad de la luz a una estrella, cuando vuelva, su mujer lo mata.
jueves, 26 de febrero de 2009
Pequeños “piaceri” domésticos: la ducha
Voy a porfiar y porfiar para crear una nueva entrada todos -o casi todos- los días, aunque no me lea ni el Tato. Él se lo pierde (ay abuelina, desde que tú te fuiste...). La entrada de hoy va sobre la ducha, ese pequeño-gran placer cotidiano.
Ya lo decía Lester (Kevin Spacey) en American Beauty mientras se solazaba (sí, eso mismo, se masturbaba) bajo la alcachofa: “Este va a ser el mejor momento del día. Todo será cuesta abajo a partir de aquí”. Por el día y por la noche, en verano y en invierno, la ducha es uno de esos placeres que a diario te dan media vida.
Eso sí, yo la disfruto mejor sólo. A pesar del gustazo que supone compartir con la churri una sesión de agua bien caliente, la ducha no es un buen lugar para practicar el fornicio. Por experiencia afirmo que hay dos sitios donde el folletineo puede resultar excesivamente arriesgado o incómodo. Uno es la ducha. El otro es cualquier mueble de ikea (cama incluida), pero esa es otra historia. Que si ponte para aquí, que si ponte para allá, que si ten cuidado no salpiques fuera, que no me llega el agua y tengo frío, que me resbalo y no tengo dónde cogerme (¿cómo que nooo??)…en fin, que para mi el follar es como la limpieza: mejor en seco.
Y que les voy a contar de las duchas colectivas (piscina, gimnasio y salas de tortura similares). Lugares donde –aunque nadie lo reconozca, vive Dios- todos miran disimuladamente al de al lado para ver si la tiene más grande. El problema (o no, depende) surge cuando encuentras en el fondo de una de esas miradas un ligero brillo libidinoso (¡duchas separadas para los gays ya! O mejor, duchas unisex para todos, ¡totum revolutum y punto!).
Reconozco que descubrí relativamente tarde el lujurioso placer del agua caliente deslizándose por mi atlético, deportivo y tantas veces anhelado cuerpo masculino (ay abuelina, desde que tú ya no estas…..). Hasta la edad púber el proceso de higiene corporal se reducía al trámite de un baño por semana que tenía lugar, por regla general, los sábados, justo antes de que empezasen Los Ángeles de Charlie (¿o eran Starsky y Hutch?). Por cierto, siempre me “puso” mucho la Farrah Fawcett…ains, que cruel es el tiempo. Pero a lo que iba, todos los sábados antes de cenar, mi madre nos metía en la bañera a mí y a Dos, mi hermano gemelo. Los dos juntos, que había que ahorrar, no estaba la cosa para lujos ni sibaritismos burgueses.
A Dos nunca le gustó el agua. No es que sea un guarro..bueno sí, es un guarro, pero por otros motivos. Así que cuando cambiamos el baño semanal por la ducha -por separado y utilizada con más frecuencia, algo que debieron de agradecer enormemente mis/nuestros primeros ligues- era yo el que se llevaba todas la broncas porque se acababa la paupérrima bombona de gas. Que años aquellos (suspiro): hoy con el gas ciudad se está perdiendo una de las profesiones más codiciadas por el sexo masculino, la de butanero (¿quién no ha deseado alguna vez colocarle las bombonas -sí, las dos- a una rubiaca ataviada con un exiguo salto de cama?).
Desde entonces, considero que estar debajo del chorro es el lugar ideal para hacer dos cosas: reflexionar y -al más "estilo Lester"- autocomplacerse. Aunque no me cautive el sexo compartido bajo el agua caliente, saboreo deleitosa e intensamente una buena sesión de vicio onánico. Siempre que sea una ducha privada, ojo, que exhibicionista soy, pero no tanto.
Y dicho lo cual, voy a solazarme un rato bajo el agua. Sus dejo con la foto más típica de la Fawcett, marcando pezón.
Ya lo decía Lester (Kevin Spacey) en American Beauty mientras se solazaba (sí, eso mismo, se masturbaba) bajo la alcachofa: “Este va a ser el mejor momento del día. Todo será cuesta abajo a partir de aquí”. Por el día y por la noche, en verano y en invierno, la ducha es uno de esos placeres que a diario te dan media vida.
Eso sí, yo la disfruto mejor sólo. A pesar del gustazo que supone compartir con la churri una sesión de agua bien caliente, la ducha no es un buen lugar para practicar el fornicio. Por experiencia afirmo que hay dos sitios donde el folletineo puede resultar excesivamente arriesgado o incómodo. Uno es la ducha. El otro es cualquier mueble de ikea (cama incluida), pero esa es otra historia. Que si ponte para aquí, que si ponte para allá, que si ten cuidado no salpiques fuera, que no me llega el agua y tengo frío, que me resbalo y no tengo dónde cogerme (¿cómo que nooo??)…en fin, que para mi el follar es como la limpieza: mejor en seco.
Y que les voy a contar de las duchas colectivas (piscina, gimnasio y salas de tortura similares). Lugares donde –aunque nadie lo reconozca, vive Dios- todos miran disimuladamente al de al lado para ver si la tiene más grande. El problema (o no, depende) surge cuando encuentras en el fondo de una de esas miradas un ligero brillo libidinoso (¡duchas separadas para los gays ya! O mejor, duchas unisex para todos, ¡totum revolutum y punto!).
Reconozco que descubrí relativamente tarde el lujurioso placer del agua caliente deslizándose por mi atlético, deportivo y tantas veces anhelado cuerpo masculino (ay abuelina, desde que tú ya no estas…..). Hasta la edad púber el proceso de higiene corporal se reducía al trámite de un baño por semana que tenía lugar, por regla general, los sábados, justo antes de que empezasen Los Ángeles de Charlie (¿o eran Starsky y Hutch?). Por cierto, siempre me “puso” mucho la Farrah Fawcett…ains, que cruel es el tiempo. Pero a lo que iba, todos los sábados antes de cenar, mi madre nos metía en la bañera a mí y a Dos, mi hermano gemelo. Los dos juntos, que había que ahorrar, no estaba la cosa para lujos ni sibaritismos burgueses.
A Dos nunca le gustó el agua. No es que sea un guarro..bueno sí, es un guarro, pero por otros motivos. Así que cuando cambiamos el baño semanal por la ducha -por separado y utilizada con más frecuencia, algo que debieron de agradecer enormemente mis/nuestros primeros ligues- era yo el que se llevaba todas la broncas porque se acababa la paupérrima bombona de gas. Que años aquellos (suspiro): hoy con el gas ciudad se está perdiendo una de las profesiones más codiciadas por el sexo masculino, la de butanero (¿quién no ha deseado alguna vez colocarle las bombonas -sí, las dos- a una rubiaca ataviada con un exiguo salto de cama?).
Desde entonces, considero que estar debajo del chorro es el lugar ideal para hacer dos cosas: reflexionar y -al más "estilo Lester"- autocomplacerse. Aunque no me cautive el sexo compartido bajo el agua caliente, saboreo deleitosa e intensamente una buena sesión de vicio onánico. Siempre que sea una ducha privada, ojo, que exhibicionista soy, pero no tanto.
Y dicho lo cual, voy a solazarme un rato bajo el agua. Sus dejo con la foto más típica de la Fawcett, marcando pezón.
miércoles, 25 de febrero de 2009
Que sea un mechero, por Dioss…
Hoy me han regalado el enésimo pendrive USB, usease, un lápiz de memoria (que ya estoy hasta las balls del puñetero inglés, no me entra ni a tiros…¿tendré que liarme con una nativa, a ver si así me inspiro? No creo que funcione. La churri ya speak english de vicio y yo, ni por esas). Éste tiene forma de mechero. Y, sinceramente, hubiese preferido que me reglaran un mechero.
No hace ni un par de años, estos aparatejos eran una novedad y a los que amamos-odiamos las nuevas tecnologías nos hizo mucha ilu tener el primero. Pero hoy están por todas partes… ya sólo falta que te lo regalen en la casquería con la compra del día ("¿sesos de cordero? está de suerte, esta semana vienen con memoria ").
Y es una putada para los despistados recalcitrantes como yo. En cuanto tenemos demasiados ejemplares de una misma cosa, lo más probable es que las extraviemos. O que sibilinamente sean objeto de sustracción por algún familiar cercano (Dos, joder, ya está bien, devuélveme los tropecientos mil condones que me has robado, cacho cabrón). Y claro…no me hace gracia que los vídeos porno que me he bajado en el PC (y grabado en el lápiz para enchufarlo al DVD y verlas en la tele...¡cuán gustosas son las pelis erótico-festivas en tamaño 40”!) caigan en manos impropias.
Además, ahora todos llevan un cordelillo para que te lo pongas al cuello (por cierto, hay que tener un master en física cuántica para conseguir insertarlo por la minúscula ranura que llevan para tal fin). Esto sólo puede significar que los fabricantes no han caído en la cuenta de lo hortera que resulta llevar colgado este cacharro; o que sí han caido, pero tres cojones les importa.
En fin, que aprovecharé este lápiz de memoria con ambición de mechero para llevarme la elocubración mental que estoy escribiendo al PC de casa (sí, confieso, estoy en el curro…robándole horas de trabajo a la Administración, soy un delincuente habitualmente reincidente).
No hace ni un par de años, estos aparatejos eran una novedad y a los que amamos-odiamos las nuevas tecnologías nos hizo mucha ilu tener el primero. Pero hoy están por todas partes… ya sólo falta que te lo regalen en la casquería con la compra del día ("¿sesos de cordero? está de suerte, esta semana vienen con memoria ").
Y es una putada para los despistados recalcitrantes como yo. En cuanto tenemos demasiados ejemplares de una misma cosa, lo más probable es que las extraviemos. O que sibilinamente sean objeto de sustracción por algún familiar cercano (Dos, joder, ya está bien, devuélveme los tropecientos mil condones que me has robado, cacho cabrón). Y claro…no me hace gracia que los vídeos porno que me he bajado en el PC (y grabado en el lápiz para enchufarlo al DVD y verlas en la tele...¡cuán gustosas son las pelis erótico-festivas en tamaño 40”!) caigan en manos impropias.
Además, ahora todos llevan un cordelillo para que te lo pongas al cuello (por cierto, hay que tener un master en física cuántica para conseguir insertarlo por la minúscula ranura que llevan para tal fin). Esto sólo puede significar que los fabricantes no han caído en la cuenta de lo hortera que resulta llevar colgado este cacharro; o que sí han caido, pero tres cojones les importa.
En fin, que aprovecharé este lápiz de memoria con ambición de mechero para llevarme la elocubración mental que estoy escribiendo al PC de casa (sí, confieso, estoy en el curro…robándole horas de trabajo a la Administración, soy un delincuente habitualmente reincidente).
martes, 24 de febrero de 2009
¡Quiero ser mujer!
A ver, no se me malinterprete. Soy heterosexual (macho, mu, mu macho, lo juro) y no tengo ningún ramalazo transexual o travesti, si exceptuamos las veces que me he calzado tacón de aguja, minifalda de tubo y medias de rejilla para celebrar un carnaval u otra fiesta borrachuza de guardar (lo que hace el alcohol, oiga). Lo que ocurre es que, no me negarán, ser mujer tiene sus ventajas. Son muchas y muy variadas las cosas “normales” para una mujer y que están vedadas para el sexo masculino (y más para los que somos machos mu, mu, machos, insisto). Hoy, sólo voy hacer referencia a cinco de las cosas más tópicas (pero no por ello menos ciertas) que una mujer puede hacer en exclusiva:
1.- Utilizar el termino “hijo mío” con total convicción. La mayoría de los hombres no podemos emplear esta expresión sin hacer gala de una buena dosis de fe y, en ocasiones, ni por esas.
2.- Ir al baño en parejas, grupos o directamente, en masa. O sea, que pueden hacer al mismo tiempo dos cosas que no hemos probado ningún varón: evacuar sólidos y conversar (en directo, claro, porque conversaciones telefónicas sentados sobre una “roca” las hemos tenido todos).
3.- Tener mala leche injustificada al menos una vez al mes (ahora es cuando más de una estará deseando cruzarme la cara). Es innegable que tener la regla tiene sus ventajas, siempre que se disponga del descaro y la habilidad necesarios para sacar provecho de tan agudo inconveniente. Que se lo digan a la chiquilla en edad de merecer que, aprovechando la coyuntura, obtuvo permiso para ausentarse unos minutos del examen de Resistencia de Materiales porque, según su propia expresión, “le había venido” (todos, incluido el profesor, sabíamos que no se refería a la inspiración).
4.- Vivir sin afeitarse. Sí, ya sé, ellas se depilan. Pero sólo de vez en cuando (y algunas, ni eso). Además, ya han sabido vengarse, imponiendo como norma estética la depilación masculina. ¡Afeitado obligatorio para todas, ya!.
5.- Presumir de ser lo más bonico que hay sobre este inmundo mundo.
Lo dicho. Quiero ser mujer. Y eso que soy mu, mu, mu, macho. Que conste.
1.- Utilizar el termino “hijo mío” con total convicción. La mayoría de los hombres no podemos emplear esta expresión sin hacer gala de una buena dosis de fe y, en ocasiones, ni por esas.
2.- Ir al baño en parejas, grupos o directamente, en masa. O sea, que pueden hacer al mismo tiempo dos cosas que no hemos probado ningún varón: evacuar sólidos y conversar (en directo, claro, porque conversaciones telefónicas sentados sobre una “roca” las hemos tenido todos).
3.- Tener mala leche injustificada al menos una vez al mes (ahora es cuando más de una estará deseando cruzarme la cara). Es innegable que tener la regla tiene sus ventajas, siempre que se disponga del descaro y la habilidad necesarios para sacar provecho de tan agudo inconveniente. Que se lo digan a la chiquilla en edad de merecer que, aprovechando la coyuntura, obtuvo permiso para ausentarse unos minutos del examen de Resistencia de Materiales porque, según su propia expresión, “le había venido” (todos, incluido el profesor, sabíamos que no se refería a la inspiración).
4.- Vivir sin afeitarse. Sí, ya sé, ellas se depilan. Pero sólo de vez en cuando (y algunas, ni eso). Además, ya han sabido vengarse, imponiendo como norma estética la depilación masculina. ¡Afeitado obligatorio para todas, ya!.
5.- Presumir de ser lo más bonico que hay sobre este inmundo mundo.
Lo dicho. Quiero ser mujer. Y eso que soy mu, mu, mu, macho. Que conste.
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